La importancia que le damos a lo que nos ocurre influye mucho en la manera que reaccionamos ante lo que nos pasa.
Me llamaba mucho la atención cuando escuchaba a alguien decir que lo “estaba pasando fatal”, que se sentía “horrible”, o que ya “no le podía pasar algo peor”. Porque para mi, adjetivos como “fatal, horrible, o lo peor” eran muy importantes y seguro que graves.
También sentía ese miedo o inquietud, cuando, teniendo un conflicto con alguien, en el que yo ya me sentía enojada, me decía la otra persona: “me estás haciendo enojar y como me enoje verás”…¿qué pasa, que su enojo era más importante que el mío? yo así lo creía…
La forma de reaccionar ante esos comentarios me hicieron plantear la magnitud que le daba a las cosas, a lo mejor no lo expresaba tan abiertamente, pero si que lo vivía desde los extremos y como normalmente nos resulta más sencillo ver la paja en el ojo ajeno, te quiero contar algo.
Hace un tiempo, hablando con una amiga, me contaba que había tenido problemas con su ex, y que había tenido un ataque de ansiedad. En ese momento le pregunté: ¿qué sentiste con el ataque de ansiedad? me dice fue horrible, a lo que insistí, si, ok, es horrible, pero…¿qué sentiste? Me contó que sintió cómo el cuerpo se le tensaba y que le costaba respirar…en ese momento volví a reflexionar sobre la magnitud que le damos a las cosas y cómo las vivimos desde esa proporción.
Mi amiga estaba visiblemente angustiada por cómo estaba interpretando la situación que estaba viviendo, pero no había vivido un ataque de pánico. Obviamente, al haber vivido ataques de pánico, sé cómo se sienten y que se trata de algo más que tensión corporal y sensación de ahogo, pero aquí el punto, no está en que si es un ataque de pánico o no, sino en cómo vivimos lo que nos sucede y este comentario me sirvió de ejemplo para investigar un poco más sobre la magnificación, de dónde viene, cuáles son sus beneficios y qué podemos hacer al respecto.
Como sociedad y cultura, estamos educados para seguir unas normas comunes para conseguir unos fines concretos. Es aquí, donde empezamos a aprender formas de comunicarnos, vamos copiando, a través de lo que vemos en nuestras familias y entorno, las formas socialmente aceptadas para expresarnos.
Desde pequeños, vamos observando cómo las personas que nos rodean, reciben atención y cuidados cuando llegan con una queja o drama, normalmente, todos acuden inmediatamente a “salvarla”. Así, como cuando hay una noticia en los medios de comunicación o en la prensa amarillista, rápido pasa a ser el boca a boca del momento asumiendo protagonismo.
Así que, si en nuestra familia o entorno estamos acostumbrados a dar prioridad a las quejas, al malestar o a cualquier forma de sufrimiento, vamos adquiriendo esas habilidades para llamar la atención, sentir que pertenecemos y así sentirnos amados.
Esto sucede mucho con la ansiedad, recordamos lo que nos pasó o lo que sentimos, no como fue realmente, sino cómo interpretamos que fue.
Y te quiero poner algunos ejemplos, por si te puedan resultar familiares.
Si alguna vez sentimos “como si nos fuésemos a desmayar” en un supermercado lleno de gente, no recordaremos que, en realidad, nos sentimos mareados, sino que recordaremos el hecho como si nos hubiésemos caído desplomados en el piso y además incluiremos todo tipo de imágenes catastróficas de lo que pudo haber pasado como: “qué horror, habría hecho el ridículo delante de toda esa gente, qué pensarían de mi, qué vergüenza…”
Así que, la próxima vez que nos volvamos a enfrentar a esa situación, no recordaremos la sensación de mareo, sino la vergüenza de haber hecho el ridículo delante de mucha gente, cosa que, no pasó, pero así la vivimos.
Esto también ocurre cuando socializamos con alguien: cuando tenemos una conversación con una persona y empezamos a tensarnos, a ponernos nerviosos, nos imaginamos todo tipo de reacciones por parte de la otra persona, “seguro pensará mal de mi, seguro no le caigo bien, seguro se está dando cuenta de que estoy mal…”
Así que la próxima vez que volvamos a socializar, no recordaremos que nos pusimos tensos o nerviosos, sino que lo viviremos como que fuimos rechazados y reaccionaremos ante ese rechazo en vez de responder a la tensión o el nerviosismo.
También, puede sucedernos, que, al estar en una sala de cine o en una ponencia, con mucha gente al rededor, nos sintamos atrapados y que de un momento a otro, podemos perder el control, salir corriendo o hacer cualquier disparate. Con esto, sucede lo mismo, no vivimos el agobio de sentirnos atrapados, sino que estamos recreando un escenario en el que nos imaginamos corriendo por la sala o haciendo cualquier locura.
La catástrofe que tanto te preocupa, a menudo resulta ser menos horrible en la realidad, de lo que fue en tu imaginación.Wayne Dyer
Como verás, no vivimos las cosas en su proporción, sino que vamos interpretando los hechos fugándonos a un mundo de fantasía en el que magnificamos y engrandecemos las cosas, viviendo en una realidad ficticia, creada por la mente, que nos separa de lo que realmente somos.
Recuerdo la vergüenza y la culpa que sentía cuando iba a determinados sitios o hacia las tareas cotidianas que creía que no podía hacer, no podía entender cómo sentía tanto miedo por cosas que antes hacía con total normalidad, como: coger el avión, entrar a una sala de cine o tomarme algo con amigas…tampoco ayudaba mucho las opiniones de otros que me decían: “pero si no haces nada, cómo vas a estar así, estrésate cuando tengas hijos, ahora no tienes de qué preocuparte…” .En ese momento fué cuando empecé a desconfiar de mi misma y darle poder al miedo, identificándome con una identidad temerosa, desconfiada y débil.
Cuando me fui enfrentando a todos esos miedos, sabiendo que los síntomas y pensamientos eran avisos, de que necesitaba hacer cambios profundos en mi forma de pensar, pude comprender que lo que estaba viviendo con esas situaciones, no era el síntoma sin más: mareo, perdida de control, o sensación de ahogo, en realidad, no me daba miedo marearme en el súper, sino hacer el ridículo, tampoco me asustaba ponerme nerviosa al hablar con alguien, sino su rechazo, de la misma manera sentir que podía perder el control no me importaba tanto como no recordar quién era.
Cuando me di cuenta de todo esto, pude empezar a comprenderme, dejar de exigirme y culparme, ya que entrar en el círculo de la exigencia y la culpa solo aumentaba el malestar, pude hacer las paces conmigo y poco a poco me fui deshaciendo de las falsas etiquetas que me había puesto para empezar a descubrirme y aceptarme.
Una parte fundamental es identificar las etiquetas bajo las que has ido actuando, probablemente, te has ido formando una identidad en base a la ansiedad que nada tiene que ver con lo que eres realmente.
Compréndete por qué has actuado de la forma en la que lo has hecho, para así poder perdonarte.
Descubre a qué te estás enfrentando, ve a tu miedo profundo preguntándote: ¿qué es lo peor que podría pasar ?
Date cuenta de que tus peores miedos, ya los estás viviendo. Mis peores miedos eran el rechazo, el fracaso y el perderme de mi misma, pues tanto hacía para no sentirlos que era lo que me estaba generando: me rechazaba por todo lo que creía que era, evitaba tantas cosas por no fracasar, que esa era mi equivocación y la realidad que estaba viviendo era tan distorsionada que estaba totalmente perdida de mi misma.
Aprende nuevas formas de darle su lugar a los hechos: ¿qué pasó en realidad? y evalúa si esa situación, persona o hecho te va a seguir afectando dentro de unos días, un mes o un año, para poder darle la proporción que tiene.
Describe qué si está pasando, antes de llegar a conclusiones como “fue lo peor que me ha pasado en la vida, no lo puedo volver a soportar” . Revisa esta descripción tantas veces como la necesites, si te resulta muy desagradable, escríbelo, empieza por registrar todo lo que pasó, reconoce qué partes son interpretaciones para que puedas quedarte con el hecho.
Utiliza el humor: una técnica muy sencilla y efectiva es contar el hecho dando saltos en el sitio o imitando voz de dibujo animado. Cuando hice este ejercicio, describí cómo sentí que me mareaba en el súper, lo que en un principio me generaba malestar, pude verlo desde el humor y reírme de mi misma.
Por último, reconoce los beneficios que te ha dado esa forma de interpretar: atención, protagonismo, protección y agradécele para poder despedirte y dar paso a una forma de ser más auténtica y real.
Se requiere de valentía para despedirte del drama, ya que abre las puertas de tu autenticidad, incluso puede que, en un principio, te quedes sin temas de conversación y te resulte algo incómodo, pero dejarás de agregar tensión a tu vida y toda esa energía que lleva el drama, podrás canalizarla hacia cosas que nutran tu esencia.